El arribo definitivo a Noruega estuvo signado por dos eventos peculiares que Ricardo Clarke jamás olvidará en su vida. Ambos sucedieron en el aeropuerto, aquel espacio de transiciones en donde se funden las emociones y las culturas. Allí, entre las decenas de rostros, divisó a varios ministros y miembros del parlamento noruego parados en la fila común destinada a subir a un avión de línea. Ninguno de ellos exigía prioridades ni tampoco parecían considerarse “personas muy importantes”, VIP o privilegiados. Su sorpresa, sin embargo, creció exponencialmente cuando, en una aeronave contigua a la suya, vio ingresar a los reyes y al Primer Ministro de Noruega entre todos los pasajeros.